Spotify Wrapped: La mentira más verdadera

Juan Carlo Rodríguez
5 min readDec 2, 2021
Foto por Mohammad Metri en Unsplash

Al igual que el 99% de ustedes, si mi Twitter es una indicación, yo también le compartí al mundo mi #SpotifyWrapped, el momento del año en que la aplicación de música (¿monstruo? ¿titán? ¿abominación?) muestra exactamente cuánto guarda de ti para que le reveles al mundo tu terrible gusto musical. Spotify te muestra cuáles canciones escuchaste más, cuáles artistas más estuvieron en reproducción, y este año además incluyó cuál era tu… ejem… aura musical.

Esta es la lista de los artistas que más escuché en 2021, una mezcla de entrevistas y canciones, según Spotify.

Supongo que en el fondo soy un blanco estadounidense clase media millennial que escribe en cafeterías y aspira a que un día tengamos un sistema de salud gratuito.

Y estas son las principales canciones que escuché. De número uno, “FTA”, de Whitney. (Hay un problema con la inserción de esta lista, por eso solo incluyo la canción.)

¿Ahora quieren oír lo divertido? Esta es la lista de reproducción que yo creía sería la más reproducida este año. Porque ciertamente es la que más pongo cuando abro Spotify.

(También aprovechen y sigan la cuenta de Instagram y TikTok asociada a esta lista para una asegurada sonrisa diaria.)

Sería muy fácil que ustedes lean lo que digo y hagan una de dos: o se rían de mi negación (“Chamo, está bien, eres más gringo de lo que quieres revelar”) o hay algo malo con el algoritmo de Spotify. Pero creo que lo que revela el Wrapped es cuánto tenemos la música presente en nuestras vidas, a veces sin ni siquiera darnos cuenta.

Este fue el año en que descubrí a Phoebe Bridgers y reafirmé mi amor por The War On Drugs. Bridgers en particular me encanta no solo por su inusual estilo de composición (lean nada más las letras de “Motion Sickness”) sino por su estilo etéreo de cantar y su música callada pero contundente. Es la música que le dejaba sonando a mi perrita Leia cuando la tenía que dejar sola. Lo mismo con las apariciones de viejos clásicos como Mozart, Chopin y Tchaikovsky. Habría jurado que puse más jazz como Coltrane, Marsalis y Miles Davis. De modo que supongo que esta es una lista de reproducción más de Leia que mía.

Espero que esté escuchando “Thinking Of A Place”.

Y más curioso aún, “FTA”, la canción de Whitney, está de primera en la lista de reproducción que uso como despertador. Así que así es como abro los ojos casi siempre.

No creo que le sorprenderá a nadie que, por todo esto, Spotify dijo que mi principales moods de música son “yearning” (añoranza) y “focused” (enfocado). Una vez más, Spotify me conoce mejor de lo que pensaba, pues, aparte de todo lo que ya mencioné, ponía muchas listas de reproducción para ayudar a concentrarme mientras escribía. (Gracias, Pretty Lights.)

La música, o al menos sonidos rítmicos, nos han acompañado desde que el ser humano no era un ser humano. Me pregunto si hace un millón de años, en medio de su tropa, un primer homínido se levantó antes que todos y, en esa hora del amanecer, se detuvo a escuchar a las distintas aves cantando, solo para apreciar su belleza. Miles de años después, ya no como homínidos sino como humanos, ya no nos conformamos con lo que la naturaleza ofrece sino que tomamos palos, troncos y huesos y hacemos nuestros propios ritmos. Hasta que algunos deciden que a eso se van a dedicar: a unir sonidos de una manera placentera (nunca de igual forma para todos) de una manera tan íntima que hasta puede sanar.

¿Qué pasaría si mañana no hay música en el mundo? ¿Si mañana cualquier cosa parecida a ella desapareciera de la existencia? (Una pregunta que, sin yo saberlo, alguien ya se hizo e hizo un experimento al respecto.) ¿Pueden imaginarlo? ¿Qué harían? Quizá un tamborileo sobre la mesa, pisadas rítmicas. Muchos quizá silbarían, o harían cualquier otro sonido. Es porque el silencio nos es incómodo, sin duda. Somos animales sociales, y el silencio muchas veces significa aislamiento, soledad, abandono. Ciertamente así se ha hecho sentir en estos últimos casi dos años. ¿Se acuerdan entre marzo y mayo de 2020, esas imágenes de calles desiertas durante los encierros?

Solo por un breve experimento, al terminar el párrafo anterior paré la música que escuchaba y solo me senté a escuchar. Estoy en al apartamento, solo con Leia y mi agapornis Sky, quien inusualmente no rompió el silencio. Un ocasional ronquido de Leia; un carro que pasaba; el lejano zumbido del aire acondicionado; un goteo ligero saliendo del baño; mi propia respiración. Al principio se siente agradable, es estar presente en el momento. Llegan las ideas de escritura, estoy consciente de mí mismo. Tal vez demasiado consciente. Hay cosas que sé que debo atender, tanto inmediatas — el almuerzo — como a largo plazo — el trabajo. Pienso en mis padres, mis sobrinos, amistades que tengo días sin ver. Conflictos recientes. Las noticias. Los planes. Los sueños. Después de unos minutos, vuelvo a poner la música y sigo escribiendo.

Estamos tan desacostumbrados, como sociedad, al silencio, estamos tan bombardeados de sonidos de todas partes, de información auditiva, visual, audiovisual, que ya olvidamos cómo estar solos con nuestros pensamientos. Es más, lo evitamos activamente. Una serie de experimentos en 2014 de las universidades de Harvard y Virginia, publicado en la revista Science, pidió a un grupo de personas que se quedaran solos por quince minutos. Cero distracciones, cero aparatos, cero; solo ellos y lo que encontraran en su cabeza. Muchos, como se imaginarán, describieron la experiencia como poco placentera, en comparación a llenar un crucigrama, o leer una revista. Es más: en un estudio, un cuarto de las mujeres participantes y dos tercios de los hombres prefirió darse un choque eléctrico que quedarse solo. ¡Uno de los participantes lo hizo 190 veces en quince minutos!

Entonces para muchos es preferible poner música que estar en silencio, quizá para ahogar las voces en nuestra cabeza, así sea las que dicen, una y otra vez, “estoy aburrido”. Pero la música, en mi caso al menos, sirve para canalizar emociones. Después de un día estresado lo primero que escucho es “Thinking Of A Place”, de The War on Drugs; cuando la rabia se apodera hay que poner cualquier cosa de Slipknot; pasear a Leia, cuando no son podcasts, es territorio de Los Amigos Invisibles; limpiar la casa se hace con el soundtrack de Guardianes de la Galaxia (no, no es Olga Tañón); y así.

Creo que si la música desapareciera de nuestras vidas todos nos volveríamos locos por un breve instante, antes de empezar a crearla por nuestra cuenta. Es tal que siempre estamos con música presente así no nos demos cuenta, o la buscamos activamente para ayudarnos con hasta la más pequeña de las tareas. Así que aunque no lo crean, eso que te muestra Spotify es la verdad; pero como toda verdad, tiene matices. Muestra lo que oyes hasta cuando no te das cuenta que lo estás oyendo, o estás dejando a alguien más escuchar.

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Juan Carlo Rodríguez

Periodista venezolano. Lucho por encontrar equilibrio en un mundo desequilibrado. / Venezuelan journalist, struggling to find balance in an unbalanced world.